—HISTORIAS Y SUCESOS—
ABRAHAM LINCOLN
EL ASESINATO DE UN
PRESIDENTE DE EE.UU.
La noche
del 14 de abril de 1865 comenzó de forma habitual para Abraham Lincoln,
el décimo sexto presidente de los Estados Unidos. Después de firmar el indulto
de un espía confederado partió hacia el Teatro Ford (en Washington
D. C.), donde tenía previsto asistir junto a su esposa a la obra «Our
american cousin» («Nuestro primo americano»). Aunque se retrasó, llegó sin
problemas al edificio y subió al palco para disfrutar de la representación
junto al mayor Henry Rathbone y su prometida. Una vez en su asiento,
se relajó y se dispuso a disfrutar del espectáculo. La velada parecía tan
tranquila que hasta su guardaespaldas acudió a un bar cercano para tomarse una
copa. ¿Qué es lo peor que podía pasar?
Cuando las manecillas del reloj marcaban aproximadamente las diez y cuarto de la noche se desató el infierno. En mitad del tercer acto, un disparo desconcertó al público. Los que alzaron la mirada pudieron ver que el presidente había caído al suelo tras recibir una bala en la parte posterior del cráneo. Se acababa de perpetrar un magnicidio. El más conocido de toda la historia de los Estados Unidos. Segundos después, y para asombro de los presentes, una figura se arrojó desesperada desde el palco.
El desgraciado no era otro que John Wilkes
Booth, el asesino. El salto le costó caro, pues sus espuelas se engancharon en
una de las banderas colgadas y provocaron que se partiese el peroné durante el
descenso.
Representación del atentado en el Teatro Ford
«Después de
atacar a Abraham Lincoln, Booth se lanzó bruscamente sobre el escenario. Luego
gritó “¡Sic semper tyranis!” (“¡Así siempre a los tiranos!”). Otros afirman que
también dijo que el sur había sido vengado. En todo caso, después se marchó
mientras alguno de los presentes trataba de detenerle sin éxito. Era actor y
adoraba ser el centro de atención, así que no quiso perder la oportunidad de
que todos le conocieran», explica a ABC José Luis Hernández Garvi,
divulgador histórico y autor de « Magnicidio. Crónica negra de los
presidentes asesinados en Estados Unidos» (Luciérnaga, 2018).
Aquel fue su
gran error. En lugar de marcharse sin armar barullo y aprovechar el
desconcierto, Booth se dio a conocer a gritos y se destacó como la cara más
reconocible de una operación orquestada durante semanas por varios
conspiradores. A partir de entonces, y durante doce días, el ejército de los
Estados Unidos organizó una gran cacería humana que solo finalizó
cuando un soldado acabó con la vida del magnicida a sangre fría y por la
espalda. Todo ello, después de prender fuego al escondite en el que se hallaba.
El mismo
asesino dejó constancia de este periplo en su diario: «Después de ser
perseguido como un perro por pantanos, bosques y la noche pasada ser perseguido
por lanchas cañoneras hasta que me obligaron a regresar, calado, helado y
hambriento y teniendo a todo el mundo contra mí, estoy aquí en un estado
de desesperación».
El principio de todo
La huida de
Booth comenzó tras su aparatosa caída. Aquel 14 de abril, mientras el público
observaba el asesinato que se acababa de producir, el antiguo actor se dirigió
hacia la parte trasera del teatro y golpeó con el mango de su cuchillo al
encargado de recibir a los invitados. A continuación se subió a su caballo e
inició una carrera contra el tiempo. Mientras, la mayor parte del público se
quedó petrificado. De hecho, uno de los pocos que reaccionó fue el mayor
Rathbone. Desesperado, el militar gritó de forma vehemente. «¡Detengan a ese
hombre!». Por desgracia, sus alaridos no sirvieron de nada. Y es que, cuando
los espectadores reaccionaron ya era tarde.
A continuación, el caos cundió en el Teatro Ford. Después de la carrera de Booth, dos médicos que se encontraban entre el público subieron apresuradamente al palco para tratar de salvar al presidente. Y lo cierto es que lograron regalarle a Lincoln unos minutos más en el reino de los vivos retirándole el coágulo que se había formado sobre su herida.
J. W. Booth, en una fotografía de época
«Gracias a su
rápida intervención consiguieron que volviera a respirar, antes no tenía
pulso», señala Garvi en su obra. Acto seguido, el político fue trasladado hasta
una pensión ubicada en las cercanías del teatro. Allí fue precisamente donde
falleció durante la noche y donde el secretario de Guerra, Edwin Stanton,
se puso de forma momentánea al frente del país.
Horas después,
desde el gobierno se estableció una recompensa de 100.000 dólares por
el asesino y se inició una gigantesca operación de búsqueda por toda la región.
«Cada salida de la ciudad estaba vigilada, los trenes que salían eran detenidos
y registrados, la policía montada y la caballería patrullaban las calles»,
explica Nicholas Vulich en su obra « Asesinar al Presidente.
Asesinatos presidenciales e intentos de asesinatos». A su vez, el miedo a que
los confederados atacaran por sorpresa hizo que «los fuertes cercanos fueran
puestos en alerta y se entregaran armas a los soldados».
Trágico viaje
El dolorido
Booth abandonó Washington a todo galope en dicción a Maryland. Su objetivo no
era otro que ponerse a salvo y reunirse con el resto de conspiradores, cada uno
de los cuales había recibido órdenes de matar a un miembro diferente del
gobierno de Lincoln para crear el caos. Lo que no sabía es que sus compañeros
habían fallado estrepitosamente. «Pretendían llegar a una zona apartada de
espesos bosques en la que podían encontrar refugio y la ayuda de la población
simpatizante de la causa del Sur antes de llegar a Virginia», completa Garvi en
su obra.
Esa misma
noche, el magnicida se encontró con David Herold (otro de los
conspiradores). Ambos hicieron su primera parada horas después en una posada
ubicada a 20 kilómetros de Washington que estaba regentada por Mary
Surratt, también partidaria de la causa sudista. Arribaron a su destino a eso
de la medianoche y, como estaba previsto, hallaron en el lugar todo tipo de
vitales provisiones para continuar su huida. «La Señora Surratt informó al
tabernero de que dos hombres llegarían aquella noche. Debería tener a
punto dos carabinas, los prismáticos de Booth y dos
botellas de whisky para cuando ellos llegasen», añade Vulich.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCX0nKjeJABJpCTPrbnupx4UuVYeG0Jp3Yx1RO3OM6AyJlaENvz71qYPv5rXd4L0aAB9Z9UHBLWplle0_ZW5EIaXXZo3qcG3iiBNlA2gLfFi4Z7WzIz_OGoBLBnDOxJuo7gGxpiG_M1vg/w762-h522/3.jpg)
Mary Surratt, una de las personas
que ayudó a Booth
Los
conspiradores pasaron la siguiente jornada huyendo a través de caminos
secundarios y apartados para evitar ser cazados por los soldados del ejército
americano.
Sin embargo,
Booth sabía que no podía esperar mucho para ver a un médico, pues su pierna había
quedado muy dañada a causa de la caída. ¿Qué hacer? Al final, ambos hallaron
una extraña solución. En la tarde del 15 de abril se presentaron en la clínica
del doctor Samuel Mudd con una curiosa historia que no levantó
sospechas. «Mientras cabalgaba a toda velocidad, el caballo de Booth se ha
caído sobre él y tiene la pierna rota», afirmó Herold. El engaño salió a pedir
de boca, pues el galeno se prestó a tratar y vendar la herida. Tras descansar
unas horas, salieron de allí a toda velocidad.
Más amigos
El domingo, de
buena mañana, la pareja arribó a la casa del capitán Samuel Cox,
partidario del resurgimiento del Sur. Desesperado como estaba, Booth pidió al
militar que les ayudara a cruzar el río Potomac (ubicado al sur de
Washington) y que les diese comida y bebida. El oficial se mostró reticente en
principio, pero al final aceptó. Con su ayuda pasaron algún tiempo escondidos
en los bosques cercanos.
Posteriormente,
su nuevo «amigo» les llevó hasta la casa de un tal Thomas A. Jones,
también seguidor de la causa confederada. El día 21, tras una semana ocultos en
su granja, Booth y Herold atravesaron al fin aquella corriente de agua infernal
en un pequeño bote. Esa misma jornada, el mismo magnicida describió en su
diario los dolores de cabeza que le estaba generando esa cacería humana:
Actor de profesión, Booth era un
firme defensor de la causa sudista
«Después de ser
perseguido como un perro por pantanos, bosques y la noche pasada ser perseguido
por lanchas cañoneras hasta que me obligaron a regresar, calado, helado y
hambriento y teniendo a todo el mundo contra mí, estoy aquí en un estado de
desesperación. ¿Y por qué?, por hacer lo mismo por lo que se rindió homenaje a
Brutus, por lo mismo por lo que Tell se convirtió en un héroe. Y sin embargo
yo, por matar al mayor tirano que jamás se haya conocido, soy considerado como
un vulgar asesino. Mi acción fue más pura que cualquiera de las suyas... tengo
un alma demasiado grande para morir como un criminal».
No le faltaba
razón ya que, como explica Garvi en «Magnicidio», las autoridades organizaron
una «operación policial sin precedentes» en la que se «movilizaron miles de
soldados» enviados desde Maryland. Por su parte, Vulich añade que la unidad que
más trabajó para capturar a los fugados fue el 16º Regimiento de
Caballería de Nueva York.
Atrapados
El sábado,
después de cruzar el Potomac, Booth y Herold iniciaron de nuevo su triste
periplo. Aunque, en este caso, se dirigieron hacia una granja ubicada en Bowling
Green que era propiedad de un tal Jack Garrett.
Lo que
desconocían es que alguien les había visto cruzar el río y había informado de
su paradero al 16º Regimiento de Caballería de Nueva York. Sin saber que
su pesadilla estaba a punto de empezar, los conspiradores llegaron a su nuevo
escondrijo y se pusieron cómodos. Según les parecía, era imposible que nadie
les descubriese. Para su desgracia, estaban muy equivocados.
John Wilkes Booth, muerto
El día 26,
mientras la pareja descansaba en el establo, los soldados de la Unión llegaron
a la vivienda con ansias de venganza. Al frente de la unidad se destacaba el
teniente Edward P. Doherty quien, después de preguntar a Garrett
sobre sus dos improvisados «inquilinos», le ordenó dirigirse hacia la puerta
del edificio que usaban para esconderse y que les instara a rendirse. «Garrett
dijo a los dos hombres que los soldados prenderían fuego al establo si
no se rendían», desvela el anglosajón en su obra.
Booth estaba
resuelto a combatir, pero parece que su compañero no demasiado. En ese momento
sus caminos se separaron, pues el magnicida permitió a Herold salir y
entregarse a las autoridades. «Hay un hombre aquí dentro que está deseando
rendirse», afirmó. Mientras, él preparó sus armas para vender caros los últimos
instantes de su vida.
Cruel muerte
Pero el
teniente no pretendía, ni mucho menos, ordenar a sus hombres que entrasen fusil
en mano. Y es que, aunque estaba seguro de que era la forma más rápida de acabar
con el magnicida, también sabía que pondría en peligro la vida de muchos de sus
hombres.
Al final, Doherty ordenó
a Garrett que apilase follaje alrededor del establo en el que se
escondía Booth y le prendiese fuego para obligarle a salir de allí. Para
entonces los soldados de la Unión se habían rendido al nerviosismo y la
ansiedad. ¿Y si el asesino escapaba? ¿Y si se quedaba sin castigo? Todo ello
debía rondar sus cabezas cuando un disparo resonó por toda la granja y, tras
él, cayó a plomo el cuerpo del magnicida. La bala, al parecer, salió del
revólver del sargento Boston Corbett, quien atacó por la espalda al
criminal. Según explicó después, no dudó en darle su justo castigo cuando
observó que le tenía a tiro.
«[Cuando el
fuego comenzó Booth] estaba de pie en medio del establo, y supuse que iba a
intentar salir de allí. Estaba convencido de que era el momento de disparar y
apunté bien con mi revólver apoyado en el brazo y le disparé a través de un
gran agujero en el establo .... le herí en el cuello, en la parte posterior de
la oreja, y la bala salió por un orificio un poco más arriba, por el otro lado
de la cabeza».
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhKvb7WrzwpuKmwCVa5pZLSC8wDTRLjcp3UWwi_0DhU4O1IxWBEE-zCol8Wrrz7xGp8TkFPUYZ8gn-40yX5TmbZoOzMCITulQtppylLPcH4O9rgfw0Z8AR21PbGYJb_n39jN9V_O0chiX8/w763-h522/6.jpg)
Horas finales de Booth
Con todo, Booth
no murió por los disparos. Su sufrimiento se extendió durante dos horas
más en las que, atendiendo al autor anglosajón, sufrió un «dolor insoportable».
Falleció a eso de las cinco de la madrugada, tras ser sacado del establo en
llamas y después de que se le trasladara al porche de la casa de Garrett.
Durante este tiempo, todavía tuvo tiempo de mascullar sus últimas frases:
«Digan a mi madre que he muerto por mi país y que... hice lo que creí que era
lo mejor». A continuación, y casi con un hilo de voz, dejó escapar dos palabras
«Inútil, inútil».
Luego abandonó
este mundo tras doce días de cacería. Entre sus pertenencias encontraron nada
menos que tres revólveres, un puñal y una honda.
Tras morir, el
cadáver de Booth fue llevado hasta Belle Plaine. «Allí lo embarcaron a
bordo del acorazado fluvial “USS Montauk”, que lo llevó hasta Washington para
practicarle la autopsia. Sobre la mesa del depósito, el cuerpo del magnicida
fue identidicado por más de diez personas que lo habían conocido en vida.
Durante el examen forense también se le encontró un tatuaje con sus iniciales
en la mano izquierda y un lunar característico que tenía en la parte de atrás
del cuello», finaliza Garvi en su obra.
Video
Actividad
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Referencias
Título del artículo: La cruel
muerte del asesino de Lincoln a manos del ejército americano tras una gran
cacería humana
Título de la página: abc
URL: https://www.abc.es/historia/abci-cruel-muerte-asesino-lincoln-manos-ejercito-americano-tras-gran-caceria-humana-201808020029_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F